Aunque sólo aparezcan con las emociones o por otros factores como el viento, las lágrimas cumplen una serie de funciones en nuestra superficie ocular, pues protegen, nutren y mejoran la calidad de nuestra vista. Además, las lágrimas mantienen la humedad de los ojos, eliminan los residuos que puedan haber en ellos y los protege frente a las infecciones.
Es producida por la glándula lagrimal, con una secreción basal permanente, la cual aumenta ante agresiones externas, como los cambios de temperatura, el aire, cuerpos extraños o por las emociones psicológicas. Se componen por tres partes, la parte intermedia acuosa, un componente mucínico encargado de mantener la adherencia de la lágrima a la córnea del ojo y por la parte lipídica, que se forma por ácidos grasos, producidos por las glándulas de los parpados, cuya función el evitar la evaporación de las mismas. Cada una de estas partes, son importantes para el funcionamiento de las lágrimas, pues aunque pueda parecer innecesario, evitan problemas como el síndrome del ojo seco.
Las lágrimas una vez protegen el área ocular, siguen su recorrido ya que es favorecido por la movilidad de los párpados, hasta el ángulo interno de los ojos, para llegar al conducto lagrimal hasta la nariz. Al haber llorado de forma prolongada, el drenaje nasal es mayor, por lo que se produce un aumento de rinorrea, es decir, la salida de líquido por la nariz. Cuando ocasionalmente ocurre una obstrucción en las vías lagrimales, no se produce el recorrido hasta la nariz, lo que produce un desbordamiento de las lágrimas por encima de los párpados.
En resumen, las lágrimas son las encargadas de mantener los ojos húmedos, nutrir el epitelio, eliminar residuos y agentes extraños, y protegen a nuestra visión de las infecciones, por lo que son fundamentales en la estructura ocular.