El brote dérmico característico comienza después de la fiebre, la fatiga, la somnolencia, el dolor de cabeza y la mialgia, comenzando en el tronco del cuerpo y siguiendo hacia las extremidades. Lo que se conoce hasta el momento, es que se trata de una presentación centrífuga de manchas y sobreelevaciones de la piel, junto a vesículas que contienen líquido y pústulas que contienen pus que posteriormente evolucionan a costras. La inflamación de los ganglios linfáticos es muy visible y notoria en la viruela del mono, por lo que la distingue de la clásica en la que apenas no se presentan linfadenopatías.
La gravedad del cuadro clínico de este virus puede ser leve en la mayoría de los casos o por el contrario muy fatídico, los que suelen complicarse con síntomas como encefalitis, diarrea, vómitos y neumonía, y afortunadamente solo tiene un 1% de tasa de mortalidad en África. Cada país es el que establece los signos de alarma para consultar y ante qué características deben responder los sistemas de salud, aunque generalmente, muchos coinciden en que una persona se convierte en sospechosa de padecer el virus cuando padece una erupción cutánea de vesículas y fiebre, junto con uno de los siguientes síntomas:
- Episodios de elevación de la temperatura corporal antes de que aparezca el rash.
- Rash en las palmas de las manos y en las plantas de los pies.
- Inflamación de los ganglios linfáticos.
Para confirmar el diagnóstico de la viruela del mono, debe iniciarse con la sospecha, es decir aquellos casos sospechosos según la definición y signos. Por otro lado, habría que aislar al paciente para comenzar las pruebas que determinaran si se confirma o no la patología, un proceso lento debido a que no se trata por el momento, de un agente viral del que se tenga una amplia disponibilidad en todo el mundo para el testeo. Es importante conocer también, que no tiene un tratamiento concreto y específico, pues como muchas patologías virales, no hay un fármaco que sea capaz de anular o bloquear la replicación del agente patógeno.