El síndrome del caracol, determina una costumbre al aislamiento de las personas de forma exagerada, afectando sobre todo a los más jóvenes. La vida social, es un elemento esencial para el ser humano, en cualquiera de las etapas de la vida y aún más necesaria en la infancia y en la adolescencia. Por otro lado, el contacto con la naturaleza y las actividades creativas al aire libre son básicas para su desarrollo, aunque lamentablemente, los casos de aislamiento en menores han crecido en los últimos años, padeciendo el síndrome del caracol.
Este tipo de síndrome, es una condición psicológica conocida en Japón como un aislamiento social agudo, un problema muy común en este país que ha traspasado fronteras y amenaza el bienestar de niños y jóvenes en todo el mundo, por lo que es fundamental conocerlo para saber cómo prevenirlo. El síndrome del caracol se caracteriza por un aislamiento social voluntario y prolongado, pues la persona elige libremente apartarse de la vida social durante largos periodos de tiempo, recluyéndose en su habitación o en su casa y limitando extremadamente su contacto con otras personas.
En los casos más graves, se pueden limitar también los intercambios con el núcleo familiar, desestimar cualquier posibilidad de obtener un trabajo y abandonar los estudios. Estas personas, suelen refugiarse en la tecnología como medio de ocio, socialización y entretenimiento, realizando un uso excesivo de las mismas. El síndrome del caracol, puede ocurrir en cualquiera de las edades, incluso en los niños, aunque como mencionábamos, suele ser más frecuente en jóvenes y adolescentes. Por ello, los padres y tutores deben prestar una atención especial a las señales que puedan ayudar a detectar el problema a tiempo para intervenir lo antes posible.
No todas las personas son igual de sociables ni tienen la misma manera de relacionarse, pues que un niño no quiera jugar tanto tiempo con otros, no significa que tengan un problema. Algunas señales que pueden facilitar el reconocimiento de este síndrome, puede ser: actitud irritable, irascible o apática, alteraciones en la alimentación o en el sueño, uso excesivo de las pantallas y los dispositivos digitales y el cambio significativo del comportamiento.